Me lo manda un amigo y hermano mexicano
que vive aquí en España quien con sus palabras llenas de conocimiento
tumban las sandeces de AMLO. Es un poco largo pero recomiendo su lectura
pues como él me decía, es que hay mucho que agradecer:
“Gracias, España, por nuestra fe, por nuestro Diosito, nuestra
Virgen de Guadalupe, nuestras procesiones, nuestras cofradías, todas de
nombre español.
Gracias, España, por nuestros misioneros, nuestros frailes y
jesuitas que llegaron de España para educar nuestros cuerpos y nuestras
almas; por la primera misa en Cozumel, por los 12 franciscanos de fray
Martín de Valencia, por fray Motolinía, fray Andrés de Olmos, fray
Bernardino de Sahagún, fray Gerónimo de Mendieta, el penitente fray
Antonio de Roa, fray Juan de Zumárraga; por los beatos mártires de
Tlaxcala, indios cristianos asesinados en 1527 por confesar a Cristo;
por el beato Sebastián de Aparicio, el de las carretas; y por San
Felipe de Jesús, mexicano mártir en Japón a los 24 años en 1597; por
San Pedro de San José, por los mártires jesuitas ensanchadores de
México; y por fray Antonio Margil el de los pies alados; y hasta San
Junípero Serra, el misionero del norte.
Gracias, España, por estar por encima de tu tiempo y de la
Inglaterra u Holanda, y subordinar los objetivos mercantilistas de la
Conquista a “la predicación del Evangelio” y al ascenso
civilizatorio, como estableció Felipe II en sus Ordenanzas de 1573.
Gracias, España, por nuestros reyes, que nos dieron las Leyes de
Indias para ordenar a virreyes, presidentes, audiencias, gobernadores y
justicias reales, arzobispos y prelados eclesiásticos “no recibir
agravio alguno en nuestras personas y bienes, y ser justamente tratados”,
mientras en las 13 colonias inglesas se masacraba a los indios.
Gracias, España, por el exagerado Bartolomé de Las Casas y el justo
Francisco de Vitoria.
Gracias, España, por nuestra raza, por mezclar tu sangre con la
nuestra, desde Martín Cortés -hijo de Conquistador y doña Marina, que
recibió del rey el hábito de Santiago- hasta el virrey José Sarmiento,
conde de Moctezuma; por rechazar el exterminio y la xenofobia que
practicaron los anglosajones en el norte.
Gracias, España, por librarnos del tirano Moctezuma que esclavizaba
a 371 pueblos mexicanos y los sometía al ídolo antropófago
Huitzilopochtli / Huichilobos, al que sacrificaba cada año 20.000
corazones humanos.
Gracias, España, por darnos a nuestro heroico fundador, Hernán
Cortés, que conquistó Tenochtitlán con apenas 900 hombres frente a
150.000, y quien se tenía en nada porque “una obra tan grande se
acabó por el más flaco e inútil medio que se pudo hallar, porque
sólo a Dios fuese atributo”.
Gracias, España, por nuestra Real Universidad de México de 1551 que
copiasteis de Salamanca, y la de Mérida, y la de Guadalajara, y los
colegios y escuelas donde se formó nuestro pueblo.
Gracias, España, por traernos la primera imprenta de América,
sucursal de la imprenta sevillana de Cromberger, y el primer libro
americano, ‘La Escala espiritual’ de San Juan Clímaco.
Gracias, España, por nuestros autores del Siglo de Oro, por nuestro
historiador Fernando de Alva Ixtlilxochitl -hijo de los reyes de
Acolhuacán y Tenochtitlán-, que recogió por orden del virrey la
historia de nuestros pueblos indígenas; por nuestro Ruiz de Alarcón
nacido en Taxco, comparable en tantas cosas a Lope de Vega y Tirso de
Molina; y por Bernardino de Sahagún, que recogió nuestra etnografía
en náhuatl en el mismísimo siglo XVI.
Gracias, España, por nuestros Sessé y Mociño, que nos catalogaron
más de 1.000 especies de plantas.
Gracias, España, por la Escuela de Minería, el Observatorio
Astronómico, el Museo de Historia Natural y otros, que hicieron decir a
Alexander von Humboldt que “ninguna ciudad de este continente, sin
excepción de las de Estados Unidos, presenta establecimientos
científicos tan grandes y sólidos como los de la capital de México”.
Gracias, España, por nuestros conventos y campanarios, por las
ciudades rectangulares, con su plaza mayor, por Chihuahua, Guanajuato,
México, Veracruz, Mérida o Acapulco, por la magnífica Casa de Cortés
en Cuernavaca, inspirada en el palacete de Piedras Albas de Trujillo, o
el precioso ayuntamiento de Tlaxcala a la andaluza, por las vecindades,
por los templos-escudo, por los conventos de Acolman, Ixmiquilpan,
Actopan, Zacualpan, Atlizco o Huejotzingo; por la catedral de Puebla que
es como la de Valladolid, o la herreriana de México, y la de
Guadalajara, Oaxaca y Mérida, tan parecidas a la de Jaén.
Gracias, España, por tus pueblos-hospital como los que levantó
Vasco de Quiroga en Michoacán, donde aprendimos fe y oficios.
Gracias, España, por las joyas barrocas del Sagrario de la catedral
de México, el convento de Tepozotlan, Santa Prisca de Taxco, Santa Rosa
de Querétaro, el retablo de Ocotlán o Santa María de Tonantzintla en
Puebla.
Gracias, España, por nuestras fiestas, nuestros carnavales,
semanasantas, romerías, sanisidros, peregrinaciones, corpuschristis,
santiagos, diademuertos, patronales y Navidad.
Gracias, España, por los toros que corremos desde que Cortés llegó
de Honduras; por Gaona, Arruza y el Maestro de Saltillo.
Gracias, España, por nuestro corrido y mariachi, nacidos del sobrio
romance español octosílabo; por nuestro son, nuestro jarabe, nuestra
tapatía y toda nuestra música zapateada, derivada del folclore
español; por los autos sacramentales y los villancicos, por las misa
con cantos y bailes aztecas de fray Pedro de Gante.
Gracias, España, por aceptar nuestros tomates y maíz, y por
traernos nuestro trigo para tortillas, cebada, centeno, avena y mijo,
vid y olivo, lentejas, habas, guisantes y garbanzos, lechugas, escarolas,
cardos, acelgas, berzas, coliflores, cebollas, puerros, espárragos,
alcachofas, espinacas, berenjenas, nabos y zanahorias, café, perejil,
laurel, comino, jengibre, calabazas, pepinos, limones, sandías,
naranjas, melones, limas, manzanas, peras, melocotones, cerezas,
granadas, higos, fresas, almendros, avellanos, piñoneros.
Gracias, España, por obligarnos a dejar de comernos unos a otros, y
por traernos la ganadería, caballos, vacas, gallinas, puercos, bestias
de carga y leche, mulas, burros y borricos, y la Mesta trashumante, y la
hacienda y el rancho, y hasta el gusano de seda.
Gracias, España, por nuestra gastronomía mestiza, que junta la
cocina indígena con los pucheros, asados, carne de puerco y carne
desecada a la española.
Gracias, España, por nuestros vestidos, porque a la fibra de maguey
juntamos la lana y el algodón en los tornos de hilar españoles, y nos
pusimos sombrero, y llevamos al hombro mantas rayadas como las alforjas
españolas, y usamos vuestro cuero en zapatos y atelajes.
Gracias, España, por darnos la cerámica de Puebla y el vidriado que
trajisteis de Talavera de la Reina.
Gracias, España, por traernos las ferias y mercados como el de
Veracruz o Jalapa, y el Camino Real de Querétaro, Guanajuato, Zacatecas
y Chihuahua, por los buhoneros, maromeros y varilleros.
Gracias, España, por nuestra lengua española de más de 600
millones de hablantes, por habernos dado gramáticas que dignificaron y
conservaron nuestras hablas indígenas, por las 109 obras escritas entre
1524-1572 en náhuatl, tarasco, totonaco, otomí y matlazinga.
Gracias, España, por nuestra hidalguía de dones y doñas.
Gracias, España, por los juegos de cañas, de sortijas, por las
carreras, los naipes y la montería.
Gracias, España, por la misteriosa Llorona, que nos vino de la
Serrana de la Vera en la sierra de Gredos.
Gracias, España, por la familia extensa, con abuelos, tíos y primos,
por el compadrazgo, por las tertulias a la puerta de la casa, por
nuestros apellidos españoles, por defendernos de la minoría criolla
amasonada que quiso despotizarnos ilustradamente.
Gracias, España, por dejarnos un territorio mucho mayor del que
supimos mantener tras la independencia.
Gracias, España, por hacer México.
Y gracias, España, por traernos al abuelo del populista Andrés
Manuel López Obrador, que aquí se ganó la vida sin pensar que un día
su nieto acusaría miserablemente a sus abuelos, tíos y primos de
asesinos y expoliadores”.
~ Jose Crespo
Carl Camp campce@gmail.com